No conozco mentira más abyecta que la expresión con que se alecciona a los niños: "Mente sana en cuerpo sano". ¿Quién ha dicho que una mente sana es un ideal deseable? "Sana" quiere decir, en este caso, tonta, convencional, sin imaginación y sin malicia, adocenada por los estereotipos de la moral establecida y la religión oficial. ¿Mente "sana", eso? Mente conformista de beata, de notario, de asegurador, de monaguillo, de virgen y de boyscout. Eso no es salud, es tara. Una vida mental rica y propia exige curiosidad, malicia, fantasía y deseos insatisfechos, es decir, una mente "sucia", malos pensamientos, floración de imágenes prohibidas, apetitos que induzcan a explorar lo desconocido y a renovar lo conocido, desacatos sistemáticos a las ideas heredadas, los conocimientos manoseados y los valores en boga.
Ahora bien, tampoco es cierto que la práctica de los deportes en nuestra época cree mentes sanas en el sentido banal del término. Ocurre lo contrario, y lo sabes mejor que nadie, tú, que por ganar los cien metros planos del domingo, meterías arsénico y cianuro en la sopa de tu competidor y te tragarías todos los estupefacientes vegetales, químicos o mágicos que te garanticen la victoria, y corromperías a los árbitros o los chantajearías, urdirías conjuras médicas o legales que descalificaran a tus adversarios, y que vives neurotizado por la fijación en la victoria, el récord, la medalla, el podium, algo que ha hecho de tí, deportista profesional, una bestia mediática, un nervioso, un histérico, un antisocial, un histérico, un psicópata, en el polo opuesto de ese ser sociable generoso, altruista, sano, "sano", al que quiere aludir el imbécil que se atreve todavía a emplear la expresión "espíritu deportivo" en el sentido de noble atleta cargado de virtudes civiles, cuando lo que se agasapa tras ella es un asesino potencial dispuesto a exterminar árbitros, achicharrar a todos los fanáticos del otro equipo, devastar los estadios y ciudades que los alberga y provocar elapocalíptico final, ni siquiera por el elevado propósito artístico que presidió el incendio de Roma por el poeta Nerón, sino para que "su" Club cargue una copa de falsa plata o ver a sus once ídolos subidos en un podio, flamantes de ridículo en sus calzones y camisetas rayadas, las manos en el pecho y los ojos encandilados
¡Cantando un himno nacional!
Fragmento tomado de Los Cuadernos de Don Rigoberto, de Mario Vargas Llosa.
lunes, 10 de diciembre de 2007
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5 comentarios:
Ya el sólo hecho de mencionar la palabra "salud" implica hablar de esos convencionalismos que tan poco me convencen...
Ni lo uno ni lo otro... y Vargas Llosa tampoco está en el "justo término medio" (ideal filosófico).
el justo termino medio
es utopico
Antes que la gimnacia, prefiero la eutanacia
Mente enferma; me caes bien
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